Columna años 30

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miércoles, 13 de marzo de 2013

Nuestra infancia cofrade...

No he podido evitar transcribir en este blog una reflexión que mi buen amigo, Antonio Guillaume Sepúlveda, Cooperador Salesiano y gran cofrade cordobés (de la Hdad del Huerto y de la Caridad), y pregonero de la Semana Santa de Córdoba en el año 2010 (uno de los mejores de los últimos tiempos), lanzaba hace unos días en facebook, a colación de las sensaciones que está viviendo al ver cómo su hijo mayor, este año, cambiará la esclavina por el capirote, dando un paso más en su, segura, longeva vida cofrade.

No puedo negar que estas palabras provocaron un vuelco en mi corazón, ya que sentí una gran emoción recordando mis inicios, mis primeras ilusiones al poder acompañar a mi Señor del Prendimiento por primera vez aquel Martes Santo de 1991...

Os las dejo para que las disfrutéis igual que yo.

EL PRIMER CAPIROTE

"En esa edad en que aún no se tiene memoria suficiente, la edad de las confidencias enhebradas con una mirada y una sonrisa socarrona, en la que no existen ocasos porque cada mañana es una ocasión para descubrir los secretos de la vida, ellos saben que en un puñado de días estrenarán una mirada nueva. Los podéis ver en casa acariciando su primer capirote con la misma ilusión con ...que se recibe un regalo de Reyes; deslizando cuidadosamente el cubrerrostro sobre el cartón, descifrando una y otra vez la misteriosa combinación de las aberturas de los ojos con las cintas para anudarlo bajo la cara, en un ritual tantas veces visto en padres y hermanos, pero tan nuevo y tan enigmático para sus manos inexpertas. Muchos lo lograron a fuerza de vencer las reticencias familiares (“mira que es mucho tiempo y te puedes marear”, “mira que todavía eres pequeño y aún puedes salir descubierto”, “mira que ya no irás con Papá”); alguno, incluso, lo ha conseguido invocando el elemental argumento de un tierno trato secreto: “tú me pagas la papeleta de sitio y yo me compro el capirote”.

En ese trozo de cartón se encierran las emociones esperadas durante meses, sin reparar en que su rigidez los introduce en la disciplina de una juventud naciente. Saben que ya no irán junto al Señor, sino que tendrán que fijar bien la mirada en Él antes de salir, como una instantánea grabada en el pensamiento que alimente su recuerdo durante el recorrido; que otras manos tomarán su cestillo de velas o su pabilo; que cambiarán el peinado perfecto y el lazo bien planchado por la incomodidad de la cara cubierta; que dejarán atrás el trajín infantil de la recogida de cera, aprendiendo a su modo aquello de que hay más dicha en dar que en recibir. Tienen asumido que pasarán a ser uno más de los que para muchos son meros figurantes de un cortejo, por mucho que cada túnica vista la historia personal de una promesa o una ilusión.

No lo saben aún, pero ya han pasado la primera hoja del álbum de su nostalgia; no lo imaginan todavía, pero estrenan una suerte de sacramental cofrade, un modo de liturgia del que serán protagonistas; no lo intuyen siquiera, pero el cirio que tomen será una metáfora vital de la devoción a la que más tarde tantas veces se cogerán en los trances difíciles.

Y nosotros los veremos caminar en la primera distancia que nos separe de ellos. Son Álvaro, Javi, Cristina, Jesús, Pilar… decenas de chicos que empiezan a despedir la niñez para convertirse en muchachos porque una tarde de primavera estrenarán una mirada nueva de la Semana Santa; porque una tarde de primavera dejarán para siempre la esclavina y se harán nazarenos."

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