Madera... sólo madera... pero, ¿cómo se puede explicar que esta noble materia pueda provocar en el ser humano un desequilibrio tan impactante entre lo racional y lo puramente místico, entre lo palpable y lo inalcanzable, entre la tierra y el cielo?

La realidad es que explicación racional no tiene, incluso los detractores en ocasiones podrán tacharnos de idólatras, pero en honor a la verdad, la realidad es bien distinta. Ante nuestras imágenes, nosotros no sólo podemos vislumbrar una representación de Cristo y su Santísima Madre. La unción sagrada de estas imágenes nos invita a venerarlas, a quererlas como un miembro más de tu familia, a rezarlas cada mañana, o a acariciar esa antigua estampita que te regalaron aquel primer besamanos... Son siglos de tradición teniendo a nuestros Titulares junto a nosotros, herencia de tantas generaciones que pusieron su confianza en ellos, que les pidieron por sus familias y su salud, y que los tuvieron en el umbral de cada casa bendiciendo el hogar.
Siglos de devociones y de trabajo silencioso de muchos cofrades que mantuvieron e hicieron pervivir la presencia de Cristo en nuestras vidas, en lo más cotidiano y sencillo de cada día, sin grandes pretensiones. Sólo un ratito al día, a la semana, para parar en su capilla y acercarse a Él, a Ella, mirarle a los ojos y darle gracias por todo lo bueno que nos han dado, o pedirle por nuestras penas y fatigas, buscando el consuelo que sólo Él nos puede dar.
Sepamos transmitir a generaciones venideras el legado recibido, el respeto y cariño a nuestra tradición y nuestra manera de vivir la fe entorno a la figura de Jesús y la Santísima Virgen.
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