Si nuestros templos empiezan a iluminarse por el fulgor de los cirios de candelerías, si las casas de hermandad y los equipos de priostía se afanan limpiando plata y los enseres para los cultos y para la futura estación de penitencia, si nuestras bandas afinan la corneta y el tambor para dar lo mejor de sí mismas para ofrecer sus sones, uno de los signos más inequívocos de que la semana más grande se acerca es la presencia de los ensayos de costaleros.
Reencuentros tras un año esperando, y con las ganas de que este año tengamos una semana plena en la calle de cofradías, los hermanos costaleros y el racheo de sus zapatillas son el sonido de la Cuaresma que se aproxima ya a pasos agigantados.
El sentimiento del costal, de la gente de abajo, a veces es incomprendido, quizás porque hay costaleros que se encargan de manchar el rol para el que está concebido esta privilegiada manera de hacer estación de penitencia bajo nuestros Titulares. El costalero ha de ser anónimo y discreto, nunca buscando su propio protagonismo, sino siendo testimonio y siendo los pies del Señor y la Virgen.
Ciertamente, no hay cosa más grande que ser costalero de tu Hermandad, poder convivir con tus hermanos bajo las trabajaderas, saber sufrir en los momentos en los que cae la "tostá", pero disfrutar a cada paso que se da siempre de frente por llevar a tu Titular de la manera más digna. Y todo ello como una cuadrilla, como un equipo, como una comunidad que camina solidariamente por mostrar su fe.
Reflexionemos sobre el papel que cumplimos cada uno en nuestra Cofradía y en nuestra Estación de Penitencia, y velemos por ser testimonios vivos de fe en todos los frentes de nuestra vida.